sábado, 23 de abril de 2016

Una Málaga incómoda

Calle Calvo, años 60.

Durante las últimas décadas se han demolido cientos de edificios centenarios en los arrabales de Málaga. Un patrimonio inmenso, habitado por gente humilde y sencilla, una ciudad paralela a la de calle Larios, quizás una Málaga más genuina y auténtica, pero también más incomoda para nuestros dirigentes, desaparecía con cada casa, con cada calle, con cada barrio. El Perchel, la Trinidad, la Coracha, Lagunillas, hoy son lugares vacíos y sin espacio en nuestra memoria colectiva. 

Mientras el mundillo cultural, periodístico y urbanístico de la ciudad se centraba en el centro burgués decimonónico, la "almendra" como lo llaman los cursis -copiando el término de los madrileños-, se denostaba el resto de la ciudad histórica, calificándolo como "cochambre" y animando a su completa eliminación. Todo ello, alentado por políticos sin escrúpulos, de uno u otro signo, asociaciones de vecinos, empresarios, comerciantes y un sin fin de colectivos interesados en la desaparición de tanta cochambre. Por supuesto, siempre con el visto bueno de los ciudadanos, que tan solo en los últimos años y debido -o gracias- al sangrante caso de la Mundial, se han atrevido a levantar tímidamente la voz ante tanto disparate.

Calle Calvo, casa barroca en proceso de restauración.


El resultado lo tenemos a la vista, una ciudad histórica minúscula y convertida en decorado turístico y unos barrios cuajados de solares y arquitectura vulgar, donde los escasísimos restos supervivientes de la hecatombe, una vez restaurados, sobresalen de la mediocridad urbana, sacandole los colores a paisanos y visitantes.

Como ejemplo, la reciente restauración de la casa barroca de calle Calvo, en el barrio de El Perchel, por parte del arquitecto Igancio Dorao, una auténtica joya ya descontextualizada y rodeada de vulgaridad. Pero ahí está y ahí seguirá. 

Pinturas murales de la casa de calle Calvo.


miércoles, 6 de abril de 2016

La Trinidad, un barrio maldito


En Málaga hay barrios malditos, o más bien los hubo. Como toda ciudad histórica, la nuestra tuvo sus barrios históricos, lugares de acogida para marineros, arrieros, expatriados y rurales atraidos por un trabajo en las pujantes fábricas de la ciudad. Eran aquellos unos barrios apartados de la pesadez institucional del centro histórico, la "almendra" para los cursis. En esa periferia de la ciudad, la vida era más licenciosa y despreocupada, más pobre también, pero nunca la libertad la fortuna fueron de la mano.

Estos barrios fueron creciendo y atestándose durante siglos, ocupando las huertas limítrofes y los espacios vacíos. Casas y estilos iban encajando unos con otros hasta formar un conjunto "orgánico" único e irrepetible. Nunca tuvimos una Triana, como en Sevilla, una Judería, como en Córdoba o un Albaicín, como Granada; pero tuvimos nuestros Capuchinos, Coracha, Lagunillas y, especialmente los situados al otro lado de la frontera del Guadalmedina, la Trinidad y el Perchel.

Y llegamos a 1937, cuando después de provocar una huida en masa de la población más humilde, (similar a lo que vemos hoy en día en Siria), las tropas golpistas conquistan la ciudad. Mal asunto para unos barrios llenos de obreros proletarios y levantiscos. Mientras la ciudad les daba la espalda, los dirigentes fueron dejándolos a su suerte, en un abandono controlado y premeditado, mientras se les intentaba domesticar. En estas, la dictadura mediante una nueva ley del suelo, pone las bases para que las oligarquías locales puedan hacer negocio con todas esas fincas que poseen a las afueras de las ciudades. La burbuja inmobiliaria española acaba de empezar.

En Málaga, con un plan urbanístico derogado, se construye a lo loco, sin planificación ninguna. Son años donde las gruas y andamios dominan el paisaje. Pronto los terrenos bien situados se agotan y las miras de los promotores locales se fijan en el Perchel, viejo barrio obrero, marinero y problemático. Su suerte está echada, una nueva avenida va a partirlo por la mitad, después de lo cual, sus restos serán depredados en poco tiempo. En toda esa maniobra, Paco de la Torre (Paquito Piqueta), a la sazón concejal de urbanismo del ayuntamiento franquista, comienza a cogerle el gusto a las demoliciones, hasta ahora.

Sin embargo, el barrio de la Trinidad logra, a duras penas, llegar más o menos a salvo a la democracia, aunque ya convertido en un barrio marginado y peligroso. Pues bien, con los nuevos aires aparecen jóvenes figuras políticas y mediáticas, muy preocupadas ellas por los ciudadanos, aunque más preocupadas por satisfacer sus grandes dosis de ego. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, es al parecer lo único que aprendieron de la Ilustración. Se planifica así la demolición sistemática y controlada de los restos del Perchel y sobre todo, del barrio de la Trinidad. Para ello, se organiza el despoblamiento del barrio, animando cuando no forzando a sus vecinos a mudarse a nuevas viviendas en el extrarradio de la ciudad, allí donde no molesten. Pedro Aparicio, Moreno Peralta, Damián Quero, José Seguí y un largo etcétera firman así la carta de defunción de uno de los barrios más señeros de la ciudad.

Solares eternos, arquitectura vulgar, falta de control y sobre todo, incapacidad de la mediocre arquitectura local en entender las claves del crecimiento "orgánico" de las ciudades mediterráneas, hacen que los nuevos barrios, planificados en sus flamantes despachos, fracasen estrepitósamente.



Pues bien, tras varias décadas y un par de alcaldes, las demoliciones en la Trinidad están a punto de concluir. Ya solo quedan cinco o seis casas originales, y la de la imagen (calle Jorge Juan, casi esquina con Mármoles) probablemente la habrán demolido cuando usted lea estas líneas. Por supuesto, esto es algo que en Málaga no interesa a casi nadie. El pueblo, que se decía antes, vive aún sumido en tradiciones, supersticiones y ritos anuales propios más de la edad media que del siglo de las luces.

Porque luces, lo que se dice luces, siempre faltaron en la ciudad de las mil tabernas.