Hoy trataremos sobre uno de los lugares más emblemáticos de Málaga y sin embargo desconocidos por la inmensa mayoría de los malagueños.
Se trata del antiguo morro de poniente del puerto de Málaga, extremo de uno de los dos brazos resultantes de las necesarias obras de ampliación del puerto de la ciudad a finales del siglo XIX. Debido al auge industrial y comercial que vivía por aquel entonces la ciudad, los antiguos muelles resultaban insuficientes para atender el continuo trasiego de mercancías, principalmente productos de exportación, que atestaban el escaso espacio disponible a la espera de partir hacia otros lugares.
De este modo, en el año 1876 se le encarga al ingeniero Rafael Yagüe la elaboración de un proyecto de ampliación de las instalaciones portuarias. Las obras se concluirán en el año 1897. Por desgracia el nuevo puerto llega tarde ya que para entonces la ciudad había entrado en franca decadencia originada con la aparición de la filoxera que acabó con el viñedo malagueño y extendió su influencia al resto de actividades industriales. Para colmo, al año siguiente, España pierde sus últimas colonias de ultramar lo que supone un duro golpe para al actividad exportadora malagueña. La decadencia se agrava al inicio del siglo XX y salvo ciertos periodos la actividad portuaria no remonta hasta las últimas décadas del siglo, cuando se hace evidente la necesidad de una nueva ampliación del puerto para dar cabida a los nuevos buques porta-contenedores y transatlánticos de grandes dimensiones.

Es así como en la actualidad, el morro de poniente se encuentra en el corazón del nuevo puerto, justo enfrente de los restos de su hermano mayor, el morro de levante, que asoma de entre las instalaciones de la nueva estación terminal de cruceros.

Este morro, presenta un diseño clásico, con grandes piedras labradas a mano, muros ciclópeos, una gran rotonda como mirador y una artística linterna que en la noche hacía las veces de luz guía para los barcos que lo transitaban.




Debido a su excelente emplazamiento resulta un lugar casi mágico desde el que contemplar Málaga en la distancia, tal como lo han hecho durante milenios los navegantes que arribaban a nuestras costas.

Su imponente estructura pétrea viene contrarrestada con la suave tonalidad cambiante de la piedra caliza que le da una atmósfera cambiante a lo largo del día. Y es durante los atardeceres cuando cobra un aire mágico, irreal, casi teatral, que nos traslada a otras latitudes y que nos recuerda que también Málaga, cuando se la deja, puede ser un poco como la Habana.


Por desgracia, después de casi 120 años, su historia ha llegado a su fin. Los grandes barcos que atracan en la actualidad necesitan más espacio para maniobrar, por lo que la Autoridad Portuaria ha decidido demolerlo. Con él perdemos uno de los últimos restos del puerto romántico que un día fue y que ya nunca más será.
Torre Vigía.