Las grandes ciudades son seres vivos descomunales en un proceso constante de transformación y creación. Las ciudades se hacen día a día, siguiendo multitud de sendas que las dirigen hacia un futuro casi inescrutable.
La ciudad es múltiple, poliédrica, un vasto laberinto en el que la gente vive como pequeñas hormigas frenéticas y angustiadas. Cada hormiga, cada persona, vive la ciudad a su manera, algunas como si no vivieran en ella, otras encerradas en el camino diario entre una calle y otra, otras recorriendo y viviéndola de forma completa, conquistando las aceras a cada paso, recorriendo espacios que se renuevan casi a diario.
Málaga se hace y se deshace desde hace casi tres milenios. Desde la colonia fenicia hasta hoy, todo se ha construido, destruido y vuelto a edificar en numerosas ocasiones. Al igual que sus habitantes, unos y otros a lo largo de tres mil años.
De todas esas idas y venidas del oleaje de la historia quedan en la ciudad huellas que se pueden rastrear y vestigios que deben conservarse. El patrimonio cultural, ya sea histórico, artístico, etnológico o inmaterial, debe ser protegido como uno de los pocos activos con los que contamos como sociedad, constituyendo un capital, hablando en términos económicos, que nos diferencia y da valor frente a los demás.
Pero para proteger, conservar y disfrutar de nuestro patrimonio hay que tener un sentimiento de pertenencia a un grupo humano, en este caso a una ciudad, nadie se preocupa de lo que no es suyo, algo que ha faltado de forma flagrante a lo largo de la historia reciente malacitana. A esta situación responde que los innumerables atentados cometidos contra nuestro patrimonio, de forma casi diaria, no tengan habitualmente respuesta.
Hace relativamente poco el consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, demostrando lo grande que le queda el cargo, y tras inaugurar una subsede del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico en el puerto, absurda y con un cometido puramente político, anunciaba, por enésima vez, la restauración del convento-cuartel de La Trinidad.
La restauración y "puesta en valor", como dicen los cursis, consiste, a falta de dinero y, fundamentalmente, de ideas, en demoler los edificios militares construidos a lo largo de los últimos siglos alrededor del primigenio convento.
Gran idea la de Paulino: tiremos abajo cosas, para que parezca que hacemos algo, mientras se acercan las elecciones. Resultó ser un gran estratega el de Antequera, léase la ironía, pero, por una vez, parece que la sociedad malagueña reacciona: más de doscientos colectivos ciudadanos le plantan cara al consejero. ¿Lo conseguirán?
Cristobal Villalobos, Málaga Hoy, 19/02/2012
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